Esperanza Gil
Psicóloga, sexóloga clínica y directora del Instituto Valenciano de Educación Sexual (IVES)
En el IVES tenemos uno de los trabajos más bonitos del mundo. Acompañamos a niños y niñas, adolescentes y familias a descubrir, entender y cuidar su sexualidad. Cuando entramos en el aula, advertimos que hablar de sexualidad despierta muchas cosas: hay quien se ríe, quien se incomoda, quien siente vergüenza o quien tiene mucha curiosidad y te hace mil preguntas. Y todas esas formas de reaccionar caben en este taller donde no se obliga a nadie a participar y donde intentamos pasarlo bien aprendiendo. Porque cuando se habla desde el respeto, la ternura y la escucha, se abre la puerta a la confianza, la autoestima y la libertad de ser.
Y es que una buena educación sexual te acompaña toda la vida. Puede ayudarte a poner límites, a entenderte mejor, a pedir ayuda, a tomar decisiones más libres y conscientes. Y sí, a veces también puede cambiarte la vida.
A pesar de eso, todavía hay quien piensa que estos temas son peligrosos o que es mejor hablar de ellos más adelante. Pero, ‘spoiler’: a veces llegamos tarde. Nuestra sexualidad nace con cada persona, y recibir educación sexual de calidad forma parte del desarrollo sano de la infancia y la adolescencia. Lo dicen también la OMS y la UNESCO: es un derecho humano. Por eso, nadie debería quedarse sin ella. Y no, no solo hablamos de sexo. A veces, es lo que menos nombramos. La sexualidad también trata de cómo me siento en mi cuerpo, cómo me relaciono, cómo doy o recibo afecto, cómo pongo límites o pido ayuda. Hablamos de emociones, autoestima y respeto. Todo eso también forma parte de la sexualidad, aunque muchas personas aún crean que solo se refiere a lo genital o a las relaciones sexuales. Y no: es algo mucho más profundo, que nos atraviesa y nos hace humanos.
Eso sí, cuando llegan las preguntas, también hablamos de sexo. Y surgen muchas. Estas son reales, todas de quinto de Primaria:
“¿Pueden las lesbianas tener hijos?”,
“Si las chicas tienen la regla, ¿qué tienen los chicos?”,
“¿Por qué cuando hacen sexo las chicas gritan ‘ah, ah, ah’?” -nos jugamos el cuello a que este ve porno-,
“¿Pasa algo si a veces me gustan las chicas y soy una chica?”,
“¿Por qué cuando pienso en sexo se me sube el pene?”
A veces pensamos que no tienen curiosidad… pero vaya si la tienen.
La educación sexual nos implica a todos y todas. Como familias, profesorado o personas adultas, también estamos atravesadas por nuestras propias vivencias, por lo que nos contaron… y por lo que no. Por eso, aunque todos podamos acompañar, creemos que los talleres y la formación formal deben estar en manos de profesionales con formación específica y sensibilidad para conectar con el alumnado. No se trata de imponer ideas, sino de ofrecer un espacio cuidado, respetuoso y basado en valores universales como la empatía, el respeto o el cuidado mutuo. Porque educar en sexualidad trata de cómo habitamos el mundo… y el mundo que cada uno lleva dentro. Educar en sexualidad es educar en humanidad. Y cuanto antes comencemos a acompañarla, mejor.